sábado, 15 de junio de 2013

Hijos, padres y abuelos.


Hay un momento en la vida, en el que los padres nos quedamos «huérfanos» de nuestros hijos.

Los chicos crecen sin pedir permiso a la vida, con una estridencia alegre y a veces, con una alardeada arrogancia. Pero no crecen todos los días, crecen de repente.
 
Un día, se sientan junto a ti y con una increíble naturalidad, te dicen cosas que te indican que aquella criatura de pasitos temblorosos e inseguros que hasta ayer necesitaba pañales, ya creció.

¿Cuándo creció?… No me he dado ni cuenta.
¿Dónde quedaron las fiestas infantiles, los juegos en la arena, los cumpleaños con payasos?

Crecieron en un ritual de obediencia orgánica y desobediencia civil y ahora estás ahí, en la puerta de la disco, esperando ansioso que salga y sin problemas… Pero no estás solo, hay toda una fila de «padres y madres taxistas» esperando a sus hijas e hijos para llevarlos a casa.
 
Vaya escena, por un lado están nuestros hijos, entre hamburguesas y gaseosas; con el uniforme de su generación y sus incómodas mochilas en la espalda. Y, por otro, estamos nosotros, con el pelo cano por la edad y por el silencioso sufrimiento…

Y son nuestros hijos; a los que amamos a pesar de los golpes de las modas, de las escasas noches de paz, de las malas noticias y la dictadura de los horarios. Crecieron observando y aprendiendo de nuestros errores y nuestros aciertos; principalmente de los errores que esperamos no repitan…

Y nos cansamos de ir detrás de ellos de un lado para otro, hasta que, de pronto, no sabemos cómo, nos quedamos «huérfanos» de hijos. Ya no tenemos que ir a buscarlos a las puertas de las discotecas y los cines. Ya no tenemos que llevarlos ni recogerlos de la clase de música, del fútbol, el ballet o la natación. Salieron del asiento de atrás y se sentaron al volante de sus propias vidas.

Quizás debimos haber pasado más tiempo respirando conversaciones y confidencias entre las sábanas de la infancia; o cuando eran adolescentes, ¿Por qué no pasamos más tiempo con ellos en sus habitaciones cubiertas de posters, agendas coloridas y música ensordecedora?
Ahora ya es tarde, crecieron sin que invirtiéramos en ellos nuestro tiempo y afecto.

Al principio nos acompañaban al campo, a la playa, a la piscina y reuniones con amigos y familiares. Compartíamos la Navidad y los días festivos, había peleas en el auto por sentarse al lado de la ventanilla, por los chicles y por escuchar la música de moda. Pero llegó el tiempo en el que viajar con los padres se transformó en esfuerzo y aburrimiento, no podían dejar a sus amigos o sus primeros amores. Y los padres quedamos totalmente marginados por nuestros hijos. Por fin teníamos la tranquilidad que siempre habíamos deseado… aunque no era como habíamos soñado.

Ahora los miramos de lejos, casi siempre en silencio, esperando que elijan bien en la búsqueda de la felicidad y encuentren su lugar en la vida, de la manera menos complicada posible.

En cualquier momento nos darán nietos. Los nietos serán para nosotros la oportunidad de brindar cariño y ternura sin tener que hacer nada. No tenemos que educar, corregir, disciplinar… Eso se acabó, ahora nos toca simplemente amar generosamente, sin límites, porque quizás es nuestra última oportunidad de amar sin pensar en nada más.

Así somos y así vivimos, pero personalmente creo que es posible que lo que ahora tratamos de hacer con nuestros nietos lo hubiéramos hecho con nuestros hijos, antes de que crecieran demasiado. Estoy seguro de que no estamos obligados a ser padres mediocres y abuelos maravillosos; podemos ser buenos padres y buenos abuelos.

«Solo aprendemos a ser hijos,
después de ser padres
y solo aprendemos a ser padres,
después de ser abuelos…
es como si solo aprendiéramos a vivir,
después de que la vida pasó»

Fuente: www.reflexionesparaelalma.net

viernes, 14 de junio de 2013

No tengas temor

 
Temía estar solo,
hasta que aprendí a quererme a mí mismo.
 
Temía fracasar,
hasta que me di cuenta que únicamente fracaso cuando lo intento.
 
Temía lo que la gente opinara de mí,
hasta que me di cuenta de que de todos modos opinan de mí.
 
Temía me rechazaran,
hasta que entendí que debía tener fe en mí mismo.
 
Temía al dolor,
hasta que aprendí que este es necesario para crecer.
 
Temía a la verdad,
hasta que descubrí la fealdad de las mentiras.
 
Temía a la muerte,
hasta que aprendí que no es el final, sino más bien el comienzo.
 
Temía al odio,
hasta que me di cuenta que no es otra cosa más que ignorancia.
 
Temía al ridículo,
hasta que aprendí a reírme de mí mismo.
 
Temía hacerme viejo,
hasta que comprendí que ganaba sabiduría día a día.
 
Temía al pasado,
hasta que comprendí que es solo mi proyección mental
y ya no puede herirme más.
 
Temía a la oscuridad,
hasta que vi la belleza de la luz de una estrella.
 
Temía al cambio,
hasta que vi que aún la mariposa más hermosa
necesitaba pasar por una metamorfosis antes de volar.
 
Hagamos que nuestras vidas
cada día tengan más vida
y si nos sentimos desfallecer
no olvidemos
que al final siempre hay algo más.
 

miércoles, 12 de junio de 2013

Sé amante del silencio

 

La palabra que no va precedida de una preparación,
de una reflexión en silencio, corre el riesgo de ser vana.

El silencio no está de moda, dicen algunos,
nunca lo ha estado, afirman otros.
La verdad es que vivimos en un mundo
de ruidos; estamos tan acostumbrados
a ellos que no sabemos vivir sin ruidos.

El silencio nos aterra, nos espanta
y lo consideramos propio de monjes
y ermitaños, sin embargo, aunque vivimos
inmersos en una cultura del ruido,
el silencio es importante.

El ser humano contemporáneo,
aun inconscientemente, está gritando con Verlaine:
“Dadme silencio y el amor del misterio”.

El silencio no es contrario a la palabra.
Esta tiene que reposar en aquel, porque
“el resonar de la palabra auténtica puede brotar
sólo desde el silencio” nos dice Heidegger.

¿Qué es el silencio?

“Existe la ausencia de ruido escribe Le Chevalier
y existe el silencio. El silencio es la paz; la ausencia
de ruido, a veces, es la nada angustiosa”.

“El silencio pertenece a la estructura fundamental
del hombre”, ha escrito Picard.
En él afirma Guardini se realiza el conocimiento auténtico”.
Para Gandhi, “el silencio dilata el espacio
de tiempo de nuestra vida”;

Para Psichari, es “un gran maestro de verdad”.
Para Lavelle, “es la forma más perfecta del pudor”.
Para san Pablo de la Cruz, “la llave de oro
que conserva el tesoro de las virtudes”.
Para Bossuet, “el guardián del alma”.

El silencio es algo más que callar la palabra,
es el fruto de un convencimiento de concentración,
meditación, reflexión y oración.

El silencio puede asumir múltiples significados.
Hay silencios positivos de aceptación,
de promesa, creativos...
Pero no todo en el silencio es positivo.
Así como existe la palabra vana e hiriente,
se da el silencio negativo y destructivo.

Existe el silencio falso, como existe la palabra falsa.
Existe el silencio de amenaza, de cólera, de odio, rencor...
“Algunos ha escrito Canetti consiguen la cima
de su maldad en el silencio”; otros, con el silencio,
callan la injusticia, el robo, la mentira...

Para progresar en el silencio hay que dominar
la lengua, los impulsos, los deseos...
ya que el lenguaje que escucha es el del amor.

El silencio prepara el camino para el encuentro
con Dios, para escuchar a los otros
y para escucharse uno mismo.

Quien desee progresar en los caminos del Espíritu
deberá hablar poco a las criaturas y mucho a Dios.
Tendrá que guardar silencio al trabajar, al andar;
silencio de los ojos, de los oídos, de la voz;
silencio de la imaginación, de la memoria...
Es necesario guardar el silencio de la mente,
callar los pensamientos inútiles...

“Por el silencio se reconoce a los que llevan
a Dios en el corazón”, dice G. Tersteegen.

P. Eusebio Gómez Navarro OCD

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